Esta es por lejos una de mis visitas más queridas de este viaje, y no sólo porque me recuerda navidad y las historias más emotivas de Jesús niño, los Reyes Magos, la estrella de Belén y todo el mito con que está revestido su nacimiento, representado en el pesebre que había en cada casa chilena (en la de mis papas aún se arma) y que recuerda en todo a mi propia niñez.
Los que me conocen un poco saben que lo que me pasó este día es imposible: salí sin cámara, :( simplemente se me quedó en el hotel, como nunca en años de viajes, raro... pero quizás una señal para disfrutar con todos los sentidos esta visita, sin distracciones; por suerte llevé el celular, pero ya a media mañana estaba peligrando la batería, menos mal un buen samaritano - justo en la fuente- me prestó el cargador y me permitió cargarlo en su negocio.
A la par de emocionante Bethlehem o simplemente Belén es inquietante. Me encantaría decir que Tierra Santa es solo paz y bien, como la frase insignia de la orden franciscana bajo la cual me educaron, pero no es así, y en esta porción queda de manifiesto, quizás más que en Jerusalén viejo, porque acá hay un muro que te lo recuerda a cada momento, y que no es de una ciudad amurallada de los tiempos de Jesús, sino una idea de este siglo, iniciada en el año 2002.
El check point que permite el ingreso a Belén está situado a 15 minutos o menos de la puerta de Jaffa, y es bien tedioso no obstante ir en grupo, hay revisión de pasaportes, en especial de regreso a Jerusalén, y está absolutamente prohibido sacar fotos.
Una vez dentro del territorio Palestino, la primera vista parte el corazón: el gran muro que separa Bethlehem de Jerusalén, y que erigió Israel, según su versión con fines defensivos, ofende en este siglo, aún cuando se haya convertido en los hechos en una verdadera galería de arte, donde incluso el mismísimo Banksy - mi favorito- ha plasmado sus impresiones. (Además de tener un hotel y una tienda)
La primera parada de este recorrido guiado fue una súper bonita y apacible visita: el campo de los pastores, donde se sitúa una iglesia que recrea el lugar donde el ángel Gabriel le anuncia a los pastores el nacimiento del hijo de Dios.
Se dice que la cúpula de esta iglesia emula la estrella que guió a los pastores al nacimiento.
Alrededor hay varias grutas, descubiertas en los años cincuenta, que dan cuenta de la vida en los primeros siglos después de Cristo, y que hoy han sido adaptadas como pequeñas capillas para albergar a todos los turistas/fieles.
Saliendo de allí nos condujeron hasta el centro neurálgico de la ciudad la Plaza del Pesebre o Manger Square, donde se emplaza en uno de sus costados una mezquita y en otro la archi visitada Basílica de la Natividad, la que se levanta sobre el exacto lugar donde habría nacido Jesús, al menos, de acuerdo a dos de los evangelios.
Ingresamos por la Puerta de la Humildad, que es muy pequeñita y solo se puede atravesar agachado: el metro y medio de altura, se creía, evitaba que ingresaran los moros a caballo y hoy fuerza una reverencia que amerita la solemnidad del lugar.
La iglesia es sencilla, en ese momento estaba lleno de andamios y en plena restauración de los mosaicos del suelo, dado que en esos momentos estaba peligrando su permanencia en el listado de sitios Patrimonio de la Humanidad donde estaba inscrita desde 2012, cuando UNESCO, en un acto institucional sin precedentes reconoció la autonomía del Estado Palestino, causando la indignación de ustedes saben quien. Al momento de escribir este post, Unesco había sacado recién el sitio del List of World Heritage in Danger.
Ya se sentía una energía muy especial al ingreso, pero ya adentrándose en las capillas, la emoción de los asistentes empezaba a crecer en forma directamente proporcional a lo piadoso que uno fuera. De nuevo los grandes grupos liderados por un cura o monja se apoderaban de los lugares.
Dentro de la basílica hay varias capillas o sectores compartidos sobre la antigua gruta donde habría nacido Jesús y sobre la iglesia que posteriormente se construyó en en el siglo IV y luego de un gran incendio en el siglo VI y que permite que los católicos, ortodoxos y armenios, identifiquen sus propios ritos con lo sagrado de este lugar lugar.
Para mí otra vez la estética iconoclasta que presidía esa parte de la basílica me tenía media confundida, hasta que llegué a la iglesia de Santa Catalina, donde mi idea de iglesia y pesebre e imágenes de la virgen María en 3D, coincidían en todo con mis expectativas católicas latinas.
Otra vez me tocó hacer fila, para comprar un paquete pequeño de velas para ofrendar, algunos íconos para mamá y las tías más pías, y varios oleos, que obviamente vendían afuera y quizás más baratos, pero que creo que perteneciendo la tienda a la misma basílica serían más originales, pues tenían hasta un certificado al dorso y en todo caso para retribuir en parte la tremenda fortuna de estar ahí.
Después nos tocó nuevamente hacer la fila para bajar la escalera que permite el acceso a la Gruta de la Natividad, o sea, el lugar que nos había llevado a todos a Belén, cualquiera fuera tu creencia, e incluso no la tuvieras.
Dentro de la Gruta llena de gente, pero más ordenada que caótica, estaba en una esquina, con un porte humilde para la entidad de su importancia la Estrella de plata de 14 puntas, que data del sigo XVIII, y que marca el sitio exacto donde habría nacido Jesús hace exactos 2015 años atrás, a ese día.
Cada uno, a su turno, tiene la posibilidad de tomarse una foto, tocar la estrella, besarla, más un medio minuto para meditar sobre lo que fuera: lo sagrado, lo impactante en términos católicos, o en mi caso la fuerza de la historia, y de la antigüedad de todo cuanto me rodeaba.
En las otras grutas, se celebraban pequeñas oraciones por los grupos visitantes, la mayoría visiblemente emocionados.
Saliendo de ahí visitamos la Iglesia de Santa Catalina, que está directamente comunicada con la salida de la gruta, y que es moderna y tal cual como uno se imagina la iglesia.
Cerca de acá está también la llamada Gruta de la Leche, cerrada ese día, donde se dice que a María, amamantando a Jesús, se le cayó una gota de leche al suelo tiñéndolo de blanco. Es un lugar muy especial donde acuden peregrinas de todo el mundo que van en busca de ese polvo para alcanzar la anhelada maternidad.
Saliendo de unos de los lugares más sagrados de peregrinaje del mundo, salimos a lo obvio de cada visita turística grupal organizada: las compras. Esta vez dedicada a artículos religiosos y algunas joyas. Mi compra, una pequeña estrella de Belén de plata con circones azules preciosa y otros regalos píos para mi mamá, en medio de un sinfín de pesebres de todas las estéticas, predominando la Kitsch.
Como me aburrí por lo largo de la parada de la compra, me puse a recorrer la porción de la ciudad "normal", súper comercial. Buscando un café encontré a este amigo, que me contaba que había vivido en Chile y que me regaló una pequeña bandera palestina por "paisana", aunque yo nada que ver con Palestina, hasta me dijo que pasaba como uno más de ellos...
El amigo me confirmó algo que yo ya sabía: Chile es uno de los lugares con más palestinos fuera de Palestina. De hecho, me contaba que actualmente había más palestinos en Chile, que en la propia Beit Jala, distante a 2 kilómetros, dato que me había contado antes el alcalde de la comuna donde trabajo, Villa Alemana, junto con explicarme que además es ciudad hermana de Belén.
Terminando el peregrinaje por los lugares santos y las compras, nos paramos frente al muro que incomprensiblemente nos vuelve a dividir en pleno siglo XXI, cuando pensábamos que estaban todos abajo (pronto, luego de esta visita, incomprensiblemente se proyectaría el muro en la frontera de Estados Unidos y México).
Esta visita tuvo de todo para mi: inquietud en la entrada y salida de los check point, que para los turistas es nada, uno viene y se va, pero para los locales que tienen que traspasarlos a diario es tediosa y humillante, emoción por estar en uno de los lugares más importantes de la humanidad y que mayor o menor rigor histórico ha marcado la vida de cada que fue criado como católico (aunque después no haya seguido la observancia como yo).
Me hubiese encantado estar más tiempo en Palestina y seguir la ruta de peregrinaje, y poder vivir más la ciudad que por el día que me permitió esta visita, pero me fui en gratitud y con ganas de aprender más. Me gustó la gente de acá, simpáticos, divertidos, a pesar del entorno hostil que el muro se encarga de recordar a diario, muy conversadores y que tienen urgencia en contar lo que les pasa.
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